LES ARTS À SAINT-CHAUMOND

¿ DÓNDE ESTÁ MI CABEZA?

Y yo, con una alegría descomunal, no dudé un segundo en sentarme. Cuando me senté, sin apenas haber hablado porque nunca había sentido esa tan grande emoción, aquella muchacha entendió la peculiar situación en escasos segundos y me recoloco la cabeza, que en el escaparate se hallaba. Al recolocarla sentí como todas las vértebras volvían a su lugar, los tendones se unieron entre ellos y los músculos se pusieron a funcionar como el motor de un ferrocarril. Sin a penas haber estado cinco minutos en esa peluquería mis piernas, a toda prisa, echaron a correr levantándome a prisa de aquella butaca. En poco tiempo me encontraba frente a un inmueble peculiar, que nunca había visto; mi cerebro, supongo que, con las neuronas desentrenadas, paso por alto el percance y retomo el camino a casa. Por fin llegado a mi hogar grite inconscientemente a todo pulmón el nombre de Pepe para mostrarle como por fin había logrado ponerle fin a las desgracias que tajo mi horrible mutilación. Al no encontrar a pepe decidí ponerme, por fin, con mis labores de Aritmética filosófica social. Aquellos números chiquirritine me atormentaban cada vez que fijaba mis ojos en ellos, estaba aturdido, los números eran mi pasión y ahora no podía estar mas de tres minutos sin alzar la mirada. En cambio, mi mente no paraba de pensar en las letras de los libros que posteriormente iba a devorar. Decidí por una vez alejarme de mis deberes para dedicarme a una pasión, recién descubierta. Me puse a leer pero me costaba tanto que deje de hacerlo. Ignorando este suceso me fui a la cama a dormir una siesta que necesitaba tras haber experimentado esa cantidad de emociones y sentimientos en un mismo día. Al poco rato, costándome diferenciar entre la realidad y los sueños decidí levantarme tras una pesadilla. ¡Había soñado que perdía la cabeza! Sudores fríos recorrían mi columna vertebral hasta llegar al coxis donde tenía una fuerte punzada que me impedía estar cómodo en cualquier postura. Sentía que mi cabeza daba vueltas y estaba descoordinada con el resto de mis extremidades que ignoraban las ordenes que mi cerebro enviaba. Decidí entonces asomarme por el cristal de la ventada que a mi lado se hallaba. Eché, como pude, la cortina hacia un lado, subí entonces la persiana y con los ojos medio abiertos distinguí el mas bello atardecer que nunca había contemplado. El cristal se volvió poco a poco tan nítido como una mañana de la que se levanta la niebla. Pero frente a aquella tan bonita vista la única expresión que se aferró a mi cara fue de sorpresa. La imagen que veía estaba perfectamente delineada, distinguía con claridad los distintos planos y eso era raro puesto que hacía ya un año desde que usaba gafas para ver de lejos. Rápidamente me pase el dedo por la nariz llegando hasta la parte superior del labio sin tocar nada. Supuse que sería +una imaginación mía y simplemente volví a recostarme. Pasado el tiempo di por hecho que ya no lograría volver a conciliar el sueño. Entonces, a causa de mi aturdimiento decidí ir al baño a refrescarme la cara. Pero no llegué tan rápido como quise. Me perdí entre los pasillos de la casa en la que me había criado y donde actualmente vivía. Logré por fin llegar al cuarto. No era un cuarto muy grande, pero me costó tanto esfuerzo moverme hasta llegar al lavabo. Miraba, como hipnotizado, las burbujas de la espuma que generaba el jabón cuando lo frotaba contra mis manos. Cuando acabe de lavarme las manos me quise echar un poco de agua a la cara y cuando pase mis manos sobre mi barbilla palpe una barba voluminosa. Miré al segundo hacía el espejo que a mi derecha de hallaba. No comprendía que me ocurría. Tenia puesta sobre mi cuello una cabeza con una melena voluptuosa y barba característica. Unos ojos azules habían sustituidos los míos que eran de un marrón fuerte. No podía creer mi situación. Lo que yo creía que solo fue una pesadilla se había vuelto realidad. Aquella peluquera había jugado con mi cabeza y vez de recolocármela me había puesto una que no era la mía pero que me era familiar. Rápidamente me puse una gabardina para volver a la peluquería, pero cuando quise coger llaves mi mirada se fijó en los periódicos del día anterior y aquella cabeza era la misma que la del sujeto que salía como asesino de cuarenta victimas en la portada de aquel periódico. Lo ultimo que recuerdo haber hecho es intentar quitármela con todas mis fuerzas, pero por lo visto me resulto imposible.

PEUT-ON VIVRE PLUS HEUREUX AVEC MOINS DE CHOSES ?

La première idée qui me traverse l’esprit est l’idée que nous sommes plus heureux avec plus de choses, mais aussitôt une deuxième idée s’impose, l’idée que nous pouvons nous passer de beaucoup de choses et continuer pour autant d’être heureux. Puis j’hésite et je me demande si le juste milieu ne serait pas la solution.

Nous vivons dans une société où il est difficile de renoncer aux choses que nous possédons. Plus on en a, plus on en veut.

Il n’est pas difficile de trouver des familles où il y a deux voitures, alors qu’elles pourraient très bien se passer de l’une d’entre elles. D’une façon générale, nos armoires sont pleines à craquer, il faut que nos vêtements soient dernier cri,… et même dans les chambres des plus petits, on trouve plein de nounours, confortablement assis sur leur chaise ou usurpant le lit de leur petit maître et dormant d’un sommeil paisible. Dans les écoles, les collèges, les lycées, les trousses se multiplient, les adolescents ont des baskets de toutes les couleurs, dans les foyers les bibelots prennent des places insoupçonnées, campant à leur aise dans les coins les plus insolites.

La liste est longue… on accumule trop d’objets dans notre quotidien et la publicité a une bonne part de responsabilité dans tout cela. Mais je pense que la publicité n’est pas la seule responsable. Nous le sommes également puisque nous nous attachons sensiblement aux objets de notre quotidien.

Je pense qu’on vit heureux avec tous ces objets à notre disposition parce que nous leur accordons une valeur sentimentale qui va au-delà de l’utilité de l’objet. Tel objet nous rappelle le jour où toute la famille a fait l’expérience d’un restaurant japonais, tel autre nous rappelle un ami qu’est parti et que nous ne rêverions peut-être plus sans l’objet qui nous le rappelle, et ainsi de suite. Oui, je crois que les objets nous rendent heureux, qu’ils grossissent nos souvenirs et que, si nous ne nous en débarrassons pas, c’est parce qu’ils ont pris une place privilégiée dans notre cœur.

Cependant, il est vrai que ce n’est pas toujours comme cela que ça se passe. Nous le constatons jour après jour. Il y a des personnes qui ont les moyens de se payer une vie confortable mais qui sont bien malheureuses : acteurs, hommes politiques manifestent insatisfaction dans leur vie, l’ennui, alors qu’ils ont les moyens de voyager partout le monde, des yachts, des voitures, accès à des loisirs à l’infini. Que penser dans ces cas-là ? A mon avis, dans de pareilles circonstances, les objets que l’on possède n’ont pas de sens du fait qu’il n’y a pas de lien affectif avec ces objets-là.

 J’ai posé la question à mes parents et ils m’ont dit qu’il y a un vieux film américain qui rend bien compte de cela. Il s’intitule Citizen Kane. Il s’agit d’un homme devenu très riche, qui a, à la portée de sa main, tout ce qu’il désire mais il est pourtant bien malheureux. La seule chose qui lui manque c’est Rosebud, mais personne ne sait ce dont il s’agit réellement. 

Le sujet est, à ce qu’on peut voir assez délicat. Il se pourrait que la solution se trouve dans la voie du milieu.

Mes parents me disent aussi que l’Antiquité romaine avait trouvé un mot pour désigner le juste milieu : « aurea mediocritas », c’est-à-dire, la modération dorée, une position intermédiaire ou ce qui revient à une vie confortable mais éloignée des excès.

Personnellement, je me range de ce côté-là. Il ne faut pas trop de choses pour être heureux.

Pour conclure, une vie pleine de choses ou d’objets peut nous rendre heureux, c’est sûr, mais ce n’est pas garanti sur facture. Il faudrait peut-être chercher le juste milieu, s’accommoder de choses qui nous rendent la vie un peu plus confortable, mais c’est tout. Cependant, la formule magique est difficile à trouver.

Berta Corcóstegui Pérez-Maura

3ème A

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